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©Sportí – Salud mental y adicciones
Lo primero que hay que saber es que el estrés no es, en esencia, algo negativo. De hecho, es una respuesta funcional y coherente que surge cuando percibimos (o anticipamos) una demanda externa: un reto, una tarea, un cambio, una amenaza. En ese momento, el cerebro activa una alarma que pone en marcha el sistema nervioso simpático.
¿Y qué pasa en el cuerpo cuando eso ocurre? Tu respiración se acelera, el corazón late más rápido, los músculos se tensan, las pupilas se dilatan y el sistema digestivo se ralentiza. Todo esto tiene una razón: prepararte para actuar, para reaccionar rápido, para moverte. Es una respuesta heredada de nuestros antepasados, quienes necesitaban este tipo de activación para sobrevivir. Así que sí, esa sensación intensa tiene sentido.
Hoy en día, solemos ver el estrés como un enemigo, algo que debemos evitar a toda costa. Pero, curiosamente, esa misma activación que nos incomoda en algunas situaciones también aparece en momentos que disfrutamos.
¿Has sentido mariposas en el estómago antes de una cita? ¿Te ha temblado un poco la voz antes de presentar un proyecto que te emociona? ¿Has sudado las manos antes de entrar a una casa del terror? Eso también es estrés. Pero como lo asociamos a algo positivo o emocionante, no lo vivimos como un problema. Es lo que podríamos llamar “un sustico que gusta”.
La diferencia muchas veces no está en la activación en sí, sino en cómo interpretamos la situación. Si creemos que no tenemos los recursos para afrontarla, o que no podremos con la presión, el estrés se vuelve una carga. Pero si vemos la situación como un reto manejable, esa misma activación puede impulsarnos.
Ahora bien, no todo el estrés es igual. El problema surge cuando esta activación se mantiene en el tiempo y no hay descanso. A eso le llamamos estrés crónico, y sí, puede tener consecuencias negativas para la salud: desde dolores de cabeza y tensión muscular, hasta problemas digestivos, dificultades para dormir o concentrarse, e incluso debilitamiento del sistema inmune.
Este tipo de estrés está más relacionado con la producción constante de cortisol, la hormona del estrés, que con la adrenalina de los momentos puntuales.
Dolor frecuente de cabeza o muscular (sobre todo en cuello, hombros y espalda)
Problemas digestivos persistentes
Alteraciones del sueño
Irritabilidad o ansiedad constante
Dificultad para concentrarte o tomar decisiones
Una de las claves para vivir mejor con el estrés es dejar de verlo como algo que debemos eliminar por completo. La activación frente a retos es natural, necesaria y útil. El problema es cuando luchamos contra esa sensación o nos preocupamos por sentirnos estresados, lo que paradójicamente nos estresa aún más.
Tal como lo explica la psicóloga Kelly McGonigal, “estresarse por estar estresado“ puede ser más perjudicial que el estrés mismo.
Cambiar la forma en que interpretamos las situaciones: ¿realmente es una amenaza o un reto?
Confiar más en nuestras capacidades para afrontarlas.
Reconocer las sensaciones como normales, no como señales de que algo va mal.
Intervenir los pensamientos o las situaciones que disparan el estrés, en lugar de huir de las sensaciones.
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