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©Sportí – Salud mental y adicciones
Discutir las adicciones es abordar un fenómeno que impacta la existencia de miles de familias en Colombia. No solo implica el uso de sustancias ilícitas como la cocaína o la marihuana, también abarca sustancias legales como el alcohol y los fármacos, y comportamientos que inicialmente pueden parecer inocuos, como permanecer horas frente al móvil o jugar en línea sin restricciones.
Las adicciones son trastornos mentales que se distinguen por el anhelo intenso y persistente de ingerir una sustancia o ejecutar un comportamiento, incluso sabiendo que conlleva efectos adversos. El cerebro aprende a vincular la actividad o sustancia con alivio o disfrute instantáneo, y esa vinculación se torna tan intensa que acaba controlando la voluntad. Por lo tanto, discutir las adicciones no se refiere a “ausencia de carácter” ni a “escasa fuerza de voluntad”, sino a un problema de salud que necesita asistencia.
Las adicciones no son todas iguales; cada una tiene su dinámica, sus riesgos y sus consecuencias particulares.
En Colombia, el alcohol continúa siendo la droga más usada y la que más conflictos provoca a escala social. Su incorporación en festejos familiares y culturales complica identificar cuándo el consumo deja de ser una actividad lúdica y se transforma en una dependencia. Además, compuestos como la marihuana, la cocaína, el bazuco y los tranquilizantes (como las benzodiacepinas) ejercen un potente efecto, en particular en adolescentes y adultos jóvenes.
Las adicciones a comportamientos son más silentes, pero cada vez más comunes. Las apuestas en línea, videojuegos, redes sociales o adquisiciones compulsivas pueden parecer inofensivas, pero siguen el mismo patrón: pérdida de control, incomodidad si se interrumpe el comportamiento y deterioro en la vida cotidiana. Numerosas familias acuden a consultar porque “el problema no es un medicamento”, pero al indagar se topan con un hijo o hija que no consigue liberarse del móvil o de los juegos. Es esencial identificar estas adicciones en ascenso para no ocultarlas.
Comprender las causas es dar un paso hacia la empatía y la prevención.
Algunos individuos surgen con una mayor susceptibilidad genética. En estas situaciones, el sistema cerebral de gratificación reacciona de forma más fuerte ante determinadas sustancias o comportamientos, potenciando la búsqueda de gratificación inmediata. El comienzo precoz del consumo también modifica el desarrollo cerebral y eleva la probabilidad de dependencia.
A menudo, las adicciones están vinculadas con daños emocionales. Individuos con baja autoconfianza, problemas para gestionar la tristeza o la ira, historias de trauma o antecedentes de ansiedad y depresión, pueden emplear el consumo como medio de “anestesia” o evasión. No se trata de justificar, sino de entender que generalmente hay un dolor sin tratar.
El entorno es crucial. Crecer en zonas donde el consumo es un elemento diario, habitar en condiciones de pobreza, padecer violencia o contar con escasos lugares de soporte aumenta el peligro. En Colombia, la accesibilidad a sustancias y la presión grupal, provocan que numerosos jóvenes comiencen a consumir como un acto de pertenencia o de evasión.
Los efectos de las adicciones se sienten en todos los ámbitos de la vida.
Cada sustancia tiene riesgos particulares: el alcohol puede causar daño hepático, la cocaína problemas cardiovasculares, y el tabaco enfermedades pulmonares. Incluso las adicciones comportamentales generan insomnio, sedentarismo o deterioro en la alimentación.
El consumo prolongado o compulsivo suele ir acompañado de ansiedad, depresión, irritabilidad y problemas de memoria. En algunos casos, aparecen síntomas psicóticos. En el caso de las conductas adictivas, como el juego, se suma la desesperanza y la culpa cuando se pierden relaciones o recursos.
Las discusiones constantes, la violencia intrafamiliar, la pérdida de confianza y el aislamiento son comunes. Muchas familias en Colombia describen el consumo como un “huracán silencioso” que arrasa con la convivencia. A nivel social, las adicciones generan deserción escolar, baja productividad laboral y aumento de la inseguridad. Reconocer esas señales tempranas es clave para actuar antes de que la situación se agrave.
La prevención comienza en casa y en la escuela. Hablar abiertamente del tema, enseñar a los niños y jóvenes a manejar sus emociones, a tomar decisiones responsables y a decir “no” frente a la presión del grupo, es fundamental. Los programas escolares de prevención han mostrado que, cuando se implementan con base científica, logran retrasar la edad de inicio y disminuir el riesgo de consumo.
En cuanto al tratamiento, la experiencia en Colombia muestra que la combinación de terapia psicológica y apoyo comunitario es lo más efectivo. La Terapia Cognitivo-Conductual ayuda a identificar y cambiar pensamientos y conductas que mantienen el consumo; la Entrevista Motivacional acompaña a la persona a encontrar sus propias razones para cambiar; y los grupos de apoyo y recursos online.. En casos específicos, el tratamiento médico y farmacológico también es clave, sobre todo cuando hay dependencia fuerte o trastornos mentales asociados.
Reconocerlas como un trastorno de salud, comprender sus causas y consecuencias, y promover la prevención y el tratamiento basado en evidencia son pasos esenciales para reducir su impacto en Colombia. Hablar de adicciones es abrir la puerta a la comprensión, la empatía y, sobre todo, a la posibilidad de cambio.
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