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©Sportí – Salud mental y adicciones
En un contexto social donde el consumo de sustancias psicoactivas sigue siendo un desafío complejo, la familia emerge como un pilar fundamental.
Es en el hogar donde, desde temprana edad, adquirimos las primeras herramientas para entendernos a nosotros mismos y a los demás: los valores, las relaciones y las estrategias para afrontar las dificultades. Sin embargo, en ese mismo espacio, pueden surgir tanto los apoyos que nos protegen como los factores que nos exponen a riesgos.
En este blog explicaremos cómo las dinámicas familiares, influenciadas por múltiples factores pueden ser decisivas en la prevención como en el desencadenamiento de comportamientos problemáticos relacionados con las drogas.
La familia, como núcleo afectivo fundamental y primer entorno formativo del individuo, puede desempeñar un rol significativo en la aparición del consumo de sustancias psicoactivas en los adolescentes.
Esta se intensifica cuando existen dinámicas familiares disfuncionales, como la falta de normas claras, una autoridad poco efectiva, escasa o nula demostración de afecto de forma emocional o física, de una o ambas figuras parentales.
Así mismo, cuando los adultos responsables presentan modelos de consumo incentivan este tipo de conductas en sus hijos.
(Según López, G., Marín, C., & Gil, L., (2022))
Una familia funcional en términos protectores es aquella que:
Estas características no responden a una idealización de la familia como espacio perfecto, sino a su funcionamiento suficientemente saludable, capaz de prevenir conductas de riesgo. Gracias a estos factores, los individuos tienen mayores posibilidades de alcanzar la adultez con una mentalidad adaptada, resiliente y equilibrada, lo que les permite llevar una vida plena y libre de conductas destructivas.
(Becoña, 2002 citado por López, G., Marín, C., & Gil, L., 2022).
La familia, además de ser un potencial factor protector, puede también convertirse en un factor de riesgo cuando sus dinámicas se tornan disfuncionales o inadecuadas para el desarrollo emocional saludable de sus miembros.
La falta de comunicación constituye uno de los principales indicadores de riesgo, ya que debilita los lazos afectivos, obstaculiza la expresión emocional y favorece la aparición de conflictos no resueltos y conductas desadaptativas. Del mismo modo, la negligencia o el abandono emocional, caracterizados por la ausencia de afecto, contención o límites claros, generan inseguridad, baja autoestima y una mayor propensión a establecer vínculos disfuncionales o asumir conductas de riesgo.
En contextos donde existen modelos familiares con consumo problemático de sustancias, se incrementa la vulnerabilidad de los hijos a normalizar dichos comportamientos, especialmente cuando no existe supervisión parental ni acompañamiento emocional.
Por último, los conflictos familiares persistentes, como discusiones constantes, violencia verbal o física, generan un ambiente inestable que interfiere en la construcción de vínculos seguros, dificulta la autorregulación emocional y aumenta la probabilidad de desarrollar trastornos psicológicos a lo largo del ciclo vital.
Falta de comunicación.
Negligencia o abandono emocional.
Consumo problemático de sustancias por parte de los adultos.
Violencia verbal o física.
Escasa supervisión y bajas expectativas para los hijos.
Estas condiciones convierten a la familia en un entorno potencialmente perjudicial si no se reconocen y transforman dichas dinámicas “los estudios señalan los factores de riesgo, como historia familiar de consumo de sustancias psicoactivas; dificultades en la dinámica familiar; familias disfuncionales; situaciones de abuso y violencia intrafamiliar, abuso sexual, incesto, dificultades económicas, baja supervisión familiar, bajas expectativas para el éxito de los hijos”
(Becoña, 2007; Fernández, 2010; Peñafiel, 2009 citado por Klimenko, O. et al. 2018. P. 55)
En una revisión bibliográfica realizada por Sánchez López, L. M. (2025) concluye que los principales factores de riesgo incluyen la inestabilidad familiar, la violencia intrafamiliar, la falta de supervisión y la escasez de recursos económicos, los cuales impactan negativamente en la estabilidad emocional y el rendimiento escolar de los niños. Por otra parte, los factores protectores más relevantes incluyen el apego seguro, una comunicación abierta y efectiva entre padres e hijos, el establecimiento de normas y límites adecuados, así como el apoyo afectivo y educativo dentro del hogar. La evidencia sugiere que un entorno familiar estable y afectuoso facilita el desarrollo de habilidades cognitivas y socioemocionales.
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